La pasión de Eduardo Mallea y su concepto de Nación
Pensar un texto como un entramado de palabras, un tejido de voces plurales conlleva una búsqueda de sentidos diversos, algunos puestos, deliberadamente o no, en relieve, otros que flotan dispersos, otros que se ocultan en simas metonímicas y se dejan entrever sólo por sus huellas.
En el texto en que nos centraremos, Historia de una pasión argentina, encontraremos ideas flotantes, ideas profundas, ideas sobresalientes, pero veremos que, ya leídas de manera literal o descriptiva, alegórica, moral o anagógica, todas ellas se supeditan a la reflexión en torno del concepto de nación que adquiere así un rol direccionante, hegemónico.
El sentido del significante en cuestión incluye múltiples variables. Nosotros entenderemos, para los fines de nuestro análisis, como referentes de “nación” tres dimensiones, que pueden aparecer en forma aislada o integradas. En primer lugar, la idea de territorio, pero no sólo como porción de superficie terrestre (en este sentido el territorio ya estaba consolidado en la época que nos ocupa), sino como espacio simbólico demarcatorio de lo propio. En segundo término, la idea de gobierno o estado en su función representativa, es decir, en cuanto funciona como dispositivo de integración de múltiples voluntades individuales en una y, en tercer lugar, la idea de un conjunto de habitantes unidos por el sentimiento de un origen común y la conciencia de un destino compartido. Mayoritariamente, es ésta última dimensión del concepto “nación” el que prevalece en Mallea.
Historia de una pasión argentina.
El texto se divide en un prefacio y trece capítulos. Lo leeremos como un ensayo que incluye como estrategias de enunciación recursos del bildungsroman y de la autobiografía.
Recordemos que el bildungsroman o novela de formación muestra el itinerario recorrido por el héroe en el transcurso de un proceso de aprendizaje. Elemento constituyente de esta categoría es el viaje –real o metafórico- del protagonista, impulsado por un estado de carencia, apto para oír la ineludible llamada del camino. En el recorrido se veráen la necesidad de sortear una serie de obstáculos, para lo cual recibirá ayuda de un mentor: a su regreso, el personaje es el mismo y es otro, ya que ha sido transformado por los nuevos saberes construidos.
En el texto de Mallea es evidente el planteo de un recorrido de aprendizaje: la partida del héroe desde un estado de equilibrio (el hogar), por causa de una llamada (la entrevisión de un país invisible), el enfrentamiento con diversos obstáculos (constituidos por el mundo aparencial que esconde el auténtico como una sombra), los mentores (los insurrectos de la literatura) y el regreso triunfal, transformado por el conocimiento descubierto (el perfil del país invisible).
Si bien la forma confesional, autobiográfica es señalada explícitamente por el autor, no estamos frente a una autobiografía, sino a la utilización en un ensayo de una estrategia autobiográfica, por la selección fragmentaria de los acontecimientos de vida seleccionados –vivencia vital de la duda, camino experiencial hacia la verdad- por su tratamiento expositivo, exegético antes que diegético (no se ordena como un mundo narrado, situado en un pasado con respecto al momento de la enunciación, sino como un corpus argumentativo coincidente temporalmente con el momento de la enunciación) y, sobre todo, por la subordinación del material fáctico al dominio de la reflexión y de la apelación apasionada, con clara hegemonía de la dimensión perlocutoria
En síntesis, se trata de un discurso argumentativo en el cual el sujeto de la enunciación va desentrañando sus reflexiones sobre la patria desde un enfoque autobiográfico y en un recorrido subjetivo, confesional, lo que lo convierte en un texto más lírico que analítico, pero siempre exhortativo; prueba de ello es que los lectores, los contemporáneos y los de ahora, no han puesto ni ponemos en cuestión los fragmentos de vida narrados, sino la solidez de los argumentos esgrimidos.
Si lo pensamos desde las nociones de campo, tenor y modo, vemos que el contexto de producción y de recepción, unido a la intención explicitada del autor, más el tema objeto de tratamiento y la función del texto en el hecho de comunicación dan cuenta claramente de que se trata de un ensayo.
Luego, en la búsqueda de sentidos de Historia de una pasión argentina , puede desatenderse el procedimiento de construcción discursiva –parece una autobiografía o una novela de aprendizaje, pero es un ensayo- ni, tampoco, la estructura dialéctica del texto desarrollado desde la oposición entre las dos Argentinas, la visible y la invisible, ni el planteo, algo desdibujado y casi profético, de una síntesis conceptual, el hombre nuevo:
“Entonces, cuando un hombre ha creado en sí su territorio espiritual y lo conjuga, lo conjuga con el territorio espiritual de su tierra; lo que nace es el espíritu de esa unión, o sea el puro espíritu de nacionalidad, la suprema nacionalidad, la nacionalidad cum spiritu. Lo que nace es el nuevo sentimiento, el nuevo hombre, el hijo espiritual de la tierra” .
El texto
Eduardo Mallea nació en Bahía Blanca en el año 1903. Allí, según afirma en el apartado “El Atlántico” –el que corresponde al héroe niño- tuvo, por primera vez, conciencia de su tierra. “Mi primer contacto consciente con mi tierra tuvo ocasión entonces. Se nace o no se nace a ese sentimiento; puede uno acaso vivir mil vidas y no rozarlo nunca” . Una tierra que él percibe como el escenario de dos mundos, uno, el mundo desarrollado, el de las tierras cultivadas, el agio ciudadano y los ferrocarriles: la urbe, y otro, el mundo de la tierra desierta, la soledad, suelo del hombre desnudo, enfrentado a la tierra desnuda, “el habitante natural”, a solas con su destino interior, como “persona ante el último juicio”. Es particular su visión de este “último juicio”, ya que el mismo no ha de producirse al final de los tiempos, sino que cada día el hombre natural tiene ese encuentro con las verdades últimas. Podemos decir que el autor considera que en cada acto de su vida el hombre natural pone en juego toda su vida, enfrentando, solo, la tierra y al hombre visible, detrás de éste, como una mera sombra.
En 1916, Eduardo se fue a vivir a Buenos Aires, donde inicia estudios de derecho que después dejará por la literatura.
“La metrópoli” –el capítulo de la juventud del enunciador-se titula el apartado en el que señala que la ciudad lo deslumbró con su pujanza, sus posibilidades culturales, aunque pronto descubrió que sus compañeros eran tan indolentes como aquellos con quienes había compartido su niñez, excepción hecha de los hijos de los colonizadores. Tampoco encontró eco en la compañía de intelectuales demasiado seguros de su saber, a los que describió como eruditos pedantes, defensores de las leyes inmutables de la literatura. Por oposición, se dio cuenta de que debía frecuentar a aquéllos que eran capaces de admitir su ignorancia y rechazaban la intelectualización mecanizada, gente que le ayudaría a realizar el aprendizaje de la inteligencia.
Por entonces comienza a manifestarse su vocación literaria y, podemos agregar, política: “en una necesidad de crear mitos cuya sensible belleza fuera similar a la que producía en mí tan grande efecto. No me contentaba con exaltarme, llorar y aprender; necesitaba exaltar, hacer llorar y también –en una forma pueril- instruir” .
He aquí el ideario malleano. Y sigue, más adelante:
“Necesitaba buscar mi Argentina, mi Argentina en su verdadera vida, en su drama, en su conflicto, y no en la prosperidad exterior volcada en las metrópolis, en el fárrago cotidiano y en la confusión general de todas sus felices improvisaciones. Necesitaba ponerme en viaje y encontrarla” . Una Argentina oculta por un “escamoteo no casual”.
En el capítulo III, “La Argentina visible” asume su voz como la de un creador, cuando se pregunta qué es él y responde :
”La cosa menos importante de todas: un hombre con vocación de crear por la palabra, un hombre de muchas dudas con vocación de escritor” y también explica su relación con el país, en última instancia enuncia su modo de acercarse al objeto de análisis. “Yo no sentía la Argentina en cualesquiera modos de ‘hacer en ella’; la sentía de otra manera, la sentía ‘siéndola’” .
En rigor de verdad analiza al hombre de Buenos Aires solamente al que descubre locuaz, extrovertido en apariencia, pero taciturno en su interioridad. En él señala dos características: una brillante inteligencia superficial y una “aptitud asimiladora de cultura”. La inteligencia “que sería, como medio, magnífica, como fin no es nada, como fin es una trampa”, funciona como una red que atrapa al hombre impidiéndole crecer, traspasar la superficie y mirarse hacia adentro. En cuanto a su capacidad de asimilar culturas, no se trata de una verdadera asimilación que transforma al organismo asimilante, es una mera incorporación sin resistencias, “sin potencia de selección”
Lo mismo da que sea inmigrante o de esta tierra, a todos los une “la misma ansiedad de dominio y de poder”. Con respecto a los inmigrantes, no hubo una forma espiritual argentina que los contuviera y les diera forma, ya que no hubo encuentro con la Argentina profunda, sino con la visible que reproducía con pocas variantes el “orden malo que traían”.
El hombre argentino visible es el que ha reemplazado el ser por el representar, lo cual no responde a un tipo universal, sino a un engendro propio de esta tierra. “forman tan difusa y prolífica multitud que su voz llena todo el país de extremo a extremo, desde el Parlamento, las tribunas, las cátedras, la carta abierta o el artículo de periódico (…) Su género es el discurso; su apoteosis, el banquete; su seducción más inquietante, la publicidad.” .
Una exaltación severa de la vida
La visión del hombre degradado lleva por contraste a buscar un opuesto, otro, una Argentina invisible. Precisamente, el capítulo IV se titula “El país invisible”. Este país es el del hinterland argentino. Recordemos que hinterland es un vocablo que proviene del alemán y significa literalmente “tierra posterior” de una ciudad o puerto; el hinterland es el terreno que se encuentra tras los bordes del río. También describe la parte de un país donde viven pocas personas y donde la infraestructura está poco desarrollada. Podríamos considerarlo como el desierto denostado por la Generación del ’80 y revalorizado como matriz del hombre nuevo, el invisible.
Las categorías de análisis utilizadas para diferenciar al hombre visible del invisible son categorías subjetivas, que parten de la emoción y la pasión, aunque convocadas por el pensamiento. Es deber rememorar su ideario explícito, mencionado ut supra: “necesidad de crear mitos cuya sensible belleza fuera similar a la que producía en mí tan grande efecto. No me contentaba con exaltarme, llorar y aprender; necesitaba exaltar, hacer llorar y también –en una forma pueril- instruir”. Así, va delimitando el concepto del hombre invisible por contraste con el visible, de acuerdo con criterios difíciles de clasificar, pero dinamizadores evidentes de emociones. Las oposiciones explícitas son:
Las diferentes esperanzas de uno y otro; el sistema moral versus la codicia; el trabajo opuesto a la mera existencia del explotador; el despertar ligero en contraste con el sueño concreto y codicioso del hombre aparencial; las diferencias de ambiciones, de ansias, de inquietudes; las diferentes caras de país que presentan uno y otro.
Por otra parte, con una puesta en relieve iterativa de la primera persona, la voz enunciadora da testimonio de las diferencias en los diálogos, en la forma de escuchar, en los paisajes, en la forma en que alumbra el sol, en los silencios, en las construcciones: “Vi al hombre de provincia y al hombre que trabaja la tierra; vi al argentino que lo es, que lo es en verdad (…) Aprendí a descifrar el monólogo articulado de la tierra (…) activa (…) y lo que tenemos de la tierra no es tan sólo la tierra, sino el modo como nos lleva al absoluto.”
Esa es la tierra habitada por el hombre invisible, “un hombre casi sumergido en el secreto de su labor”, el cual ha recibido la pródiga fertilidad de la planicie que se trasunta den fertilidad de ánimo y también de corazón.
”Este hombre, del cual puede decirse que “hasta sus manos son raíces” no es el gaucho, ni el agricultor, ni el estanciero, es un “estado especial” “ (…) éticamente muy definido, que se parece, hasta identificarse en modo asombroso con ellos, al clima propio, la forma, la naturaleza de la tierra argentina. De la tierra argentina y de su proyección intemporal, de su proyección como historia y como nacionalidad.”
Mallea no está haciendo la oposición entre el hombre de la ciudad y el hombre de campo; sí está planteando la existencia de dos categorías morales, una ciudadana y otra “de naturaleza natural”, fisonomía que puede encarnarse tanto en un habitante de la ciudad como en uno del hinterland, aunque la ciudad sea menos propicia para esta autenticidad.
Este hombre invisible que el poeta visibiliza con su palabra autorizada por su pasión reúne en sí fortaleza y sensibilidad, moderación y coraje, “un valor inmanente”, gravedad sin solemnidad, alegría sin énfasis, activismo sin angurria, amor a la naturaleza, generosidad, simpleza sin alardes; es un hombre justo, directo, ecuánime, más hacedor que teorizador, valiente sin ser temerario.
Ese hombre encarna la argentinidad, es el “cogollo vivo” de la patria, sostiene nuestro autor. Ese era su objeto de búsqueda, la residencia de “una causa espiritual eminentemente argentina, un sentido de la existencia. Privativo de ellos, propio y auténtico. Y a ese sentido le llamé: ‘una exaltación severa de la vida’”
El título del capítulo V, “El desprecio”, solo hace referencia a la primera parte, de las dos en que se divide. Sería más preciso hablar de desprecio y esperanza. Efectivamente, el poeta hace una introspección, recorre sus estados de ánimo, sus sentimientos, con el objetivo de poder situarse, de reconocer cuál es su lugar entre los dos mundos descubiertos. Primeramente descubre en sí la furia y la angustia, el odio, el desprecio y también el amor: “Y estaba ahí circundado por los dos países, aquel contra el que me levantaba, en el que no me resignaba a vivir (…) y el otro, el creador, el país verdadero, el país mío, mi país (…)”
El despreció por los hombres visibles fue la consecución del odio y se trastrocó en una forma de oposición a la inautenticidad, pero, por relación paradigmática, se convirtió en puente hacia los otros. Es a estos a quienes dedica la segunda parte del capítulo, a los descontentos, a quienes tenían un fértil “descontento argentino”, los que acudían en búsqueda de exaltación pura: eran hombres nuevos con quienes el yo enunciador puede compartir la carga de su pasión.
En el capítulo VI, “Conciencias”, Mallea sigue profundizando el examen de sí mismo, en lo que es, en lo que está siendo y en lo que espera. Señala que la grandeza para serlo debe superar el alcance puramente individual, debe ser una grandeza con otros, no un islote; debe ser una marcha en el que los individuos participen con conciencia de de ser parte de una realidad supraindividual. Esa conciencia que es ciencia implica dolor, por ello el camino hacia la Argentina profunda es un camino doloroso. Dolor porque muchas mentes brillantes no comprenden el concepto de hombre invisible, porque la propia lógica les cierra el paso a la comprensión de aquello que requiere más que lógica para ser aprehendida; a ese dolor se suma la impotencia, porque a otros pasionales como él sólo puede acercarles fervor y el presentimiento compartido de que un cambio es posible.
La constante reflexión en torno de la identidad patria llevaba a los intelectuales argentinos a darle mucha importancia a las opiniones de los otros, de los de afuera. En el caso de Waldo Frank (EEUU), Mallea encuentra ecos, coincidencias, confirmaciones; todo lo contrario le ocurre con el conde Keyserling (Alemania) quien reduce América y a los americanos a primitivas fuerzas telúricas irreductibles al pensamiento lógico. Los dos tienen tanta importancia, para nuestro autor, no obstante, que les dedica los capítulos VII y VIII de su libro.
“América” es el nombre del capítulo VII, en el que hace una semblanza de Waldo Frank, intelectual estadounidense que creía en la unión del Sur y del Norte, que discutió el rol del artista en la sociedad y mostró una mirada crítica del capitalismo burgués. Tuvo cierta gravitación en algunos intelectuales de Sudamérica como Mariátegui, Ocampo (a quién impulsó a fundar Sur) o el propio Mallea, quien lo retrata como un hombre puro, nutrido de una concepción católica medieval, de genio, cabeza del nuevo arte de los Estados Unidos por medio de su revista Seven Arts. Dice de él: “Admiré su hermosa y cierta América, su hermosa metáfora americana; admiré sus discursos cálidos y conmovidos sobre la misión del artista en su país; admiré la trémula devoción del conductor de espíritus (…)”
Las páginas de “Meditaciones” del capítulo VIII son menos, y están dedicadas a responder al conde báltico Hermann Keyserling que conceptualiza el mundo sudamericano como el de la “reptilidad”, dueño de una “sexualidad frenética y reptil” que explicaría su melancolía, aunque no sería el fenómeno primordial definitorio del ser argentino, sino que éste sería lo que denomina “la gana”, que conceptualiza como un impulso interior irracional al que el argentino se abandona, carente como es de iniciativa, previsión o disciplina. Mallea sostiene:
“No culpo a este hombre. Era difícil que viera lo que es demasiado hondo y profundo para ser percibido de una ojeada que se precipita. Ese sentido grave, esa exaltación de la vida que se refugia en la veta última del corazón argentino (…) no podía presentársele sino como un mundo al que hay que entregarse, o del que hay, de lo contrario, que huir despavorido;”
“El norte, el sur”, Capítulo IX, debiera ser el sur –Mallea- y el norte- esa mujer.
En este marco germina Historia de una pasión Argentina que fue publicada por primera vez en 1937. Su contexto de recepción fue óptimo. Mariano Picón Salas escribió a propósito del texto: «Fue una especie de breviario ético y estético de adolescentes que iban a emprender la turbia peregrinación de la vida (…) se leyó con la misma avidez en Colombia, Chile o Venezuela que en Buenos Aires, porque daba el diagnóstico y los interrogantes de toda una generación.
Diagnóstico e interrogantes…
Lo mismo que hizo del texto un “breviario ético y estético” de los jóvenes del ’37, tal vez sea la respuesta a la falta de vigencia (en el sentido de que prácticamente no se lee este libro) en la actualidad. Ahora, las expectativas de un texto “de ideas” están puestas más en las propuestas de soluciones que en el diagnóstico o en el planteo de interrogantes. Obviamente, la recepción de Historia de una pasión argentina muestra que la situación en ese momento era otra. En la década en que se publica el texto, se ubica una de las mayores crisis vividas por el país, la cual se manifestó en todos los órdenes, y dio razones para que la historiografía la denominara “década infame”. En medio de la crisis, la primera necesidad a satisfacer era la descripción, el diagnóstico de la situación y concomitantemente, o seguidamente, la puesta en voz de los interrogantes que derivaban del estado de la cuestión o, si se quiere, que organizaran el modo de aprehensión del proceso dilucidado, lo que hizo Mallea, y ello no es mérito escaso.
El diccionario de la RAE da como segunda acepción de “crisis” la mutación importante en el desarrollo de un proceso, tanto de orden físico como histórico o espiritual. ¿Qué mudó en ese momento histórico? Precisamente, se pone en cuestión la idea, mejor dicho, las ideas que sustentaron el proyecto de nación que puso en marcha la denominada Generación del ’80, las que se nutren en los principios de orden y progreso.
Recordemos que la generación del 80 planteaba, imbuida de filosofía positivista, el liberalismo económico, traducido concretamente en la inserción de la Argentina en el capitalismo mundial como productor de materias primas e importador de productos elaborados; desde el punto de vista político los pensadores de esta generación buscaron instaurar un estado moderno, tomando como modelo las instituciones europeas y norteamericanas en algunos casos. En el plano social se pretendía un cambio en las costumbres “bárbaras” fomentando la inmigración europea y dándole un lugar central a la educación. Desde este enfoque, la nación estaba por hacerse, comenzando por derruir las manifestaciones de la barbarie (los problemas: el gaucho, el indio, el desierto, las imprecisiones o vacíos jurídicos, la cultura mestiza, el retraso en las comunicaciones, la falta de inserción mundial, el papel de la Iglesia).
Estas ideas de nación entran en crisis en la “década infame”. En relación con lo económico, el detonante fue la crisis mundial del 30, que desaloja de su sitial el enfoque liberal reemplazándolo por uno proteccionista y que deriva a finales de esta década en la sustitución incipiente de algunas importaciones por productos nacionales. En los aspectos jurídico y político, se produce el golpe militar de José Uriburu, el 6 del septiembre de 1930, inaugurando la política de facto. En cuanto a lo social, ni la inmigración, ni la educación, ni las leyes, habían conseguido la “civilización” anhelada. En concreto, el país de la esperanza, el que estaba por hacerse cinco décadas antes, mostraba entonces la ausencia de participación popular, la persecución a la oposición, la creciente dependencia económica, la pobreza y, sobre todo, la proliferación de la corrupción.
Para completar y dar una idea más acabada de la infamia, en esta década se suicidaron Lisandro de la Torre, Florencio Parravicini (actor cómico), Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni. La producción intelectual de los años treinta está teñida de pesimismo, lo que puede verse en los tangos de la época –“Cambalache” es de 1935. En ese contexto aparece el texto que estamos pensando. En este contexto escribe Mallea.
Ahora sí adentrémonos en Historia de una pasión argentina.
El propósito de escritura confesado en el Prefacio es compartir un fervor, conmover –mover al otro-, lograr un diálogo con algunos hombres, con los cuales poder compartir las causas de su contrición y su fe, la angustia causada por la situación de su país. En su caso, la crisis argentina es percibida como crisis moral, la que lo hunde en angustia y dolor, la que nutre machaconamente su reflexión sobre la patria, reflexión que busca combatir el desaliento mediante la movilización de un estado de conciencia. No busca enseñar, instruir o imponer un dogma, tampoco protestar o denunciar, lo suyo no es “un estado de grito” sino “un estado de inteligencia”, lo que implica que busca movilizar la conciencia y el intelecto de personas que sientan pasión por la patria, para desentrañar la profunda y verdadera identidad nacional, ponerla en relieve y oponerla a la Argentina de la apariencia.
¿Dónde buscar esa Argentina? Se pregunta y se contesta: “En los orígenes”
Esta pretensión de mejorar el futuro redescubriendo el pasado, es una discusión con los proyectos de la Generación del ’80, quienes querían construir el futuro desde el vacío histórico, cubriendo con un velo de olvido el pasado. No es casual que la disciplina que se ocupa, precisamente, del devenir temporal: la historiografía, se consolide durante el gobierno de Justo, cuando se funda la Academia Nacional de Historia. Tampoco es casual el otro avance, la aparición en escena el denominado revisionismo histórico. Para la “historia oficial”, el pasado estaba clausurado en su visión épica y el futuro era promisorio. Sin embargo, la realidad mostraba los coletazos de la crisis mundial y sus efectos negativos sobre el país. Esto condujo a un núcleo intelectual importante a modificar su perspectiva sobre la historia nacional, lo que los lleva a plantear una revisión, sobre todo encarnada en la figura de Rosas (tal vez influidos por los aires fascistas que se respiraban ya en ese momento).
Como dijimos, Mallea busca echar luces sobre el ser argentino haciendo un recorrido sobre sí mismo, su sentir y su pensar, centrándose (sin olvidar totalmente las otras dos dimensiones) en la tercera dimensión del concepto enunciado de nación, es decir, entendida ésta como un conjunto de habitantes unidos por el sentimiento de un origen común y la conciencia de un destino compartido.
Eduardo Mallea busca, entonces, el ser argentino en sí mismo, en tanto la argentinidad lo constituye en su pasión; sostiene que para encontrar el sentido de nuestra marcha interior es necesario desandar lo andado, buscar las raíces, practicar la reminiscencia, llegar al conocimiento interior del origen de nuestro destino, porque allí, en ese origen está en potencia el devenir de esta Argentina, la que siente corpórea y femenina, y de la que debió nacer un pueblo viril, sereno y corajudo, inteligente, con virtudes que aún existen y otras que están en trance de muerte.
En esa deconstrucción planeada llega hasta los hijos de los colonizadores; en ellos encuentra algo de ese ser buscado, ya que cada uno sabía el rol que jugaría en los destinos del país. Vemos que, implícitamente plantea que parte de los males que diagnostica en su propia época son consecuencia de la confusión de roles: sus contemporáneos en los que sólo encontró indolencia y negligencia no tienen claro cuál es el rol que deben desempeñar en la construcción de la nación y no se responsabilizan por dilucidarlo, conformándose con plantearse senderos individuales estancos.
Mallea siente un acendrado rechazo por quienes buscan sólo el frío beneficio individual, mayor incluso que su rechazo por la injusticia social, porque, en última instancia, el origen de ésta es la impureza de esas naturalezas inauténticas.
Prestemos atención en que busca el sentido de la argentinidad no en la determinación de fines, “porque los hombres no son dueños de fines, sino de sus caminos. Ellos son caminos vivos”, sino en la instauración de una reflexión sobre el país, de una sospecha de que otra Argentina es posible, la del ser profundo, situada por debajo de la argentina de la sordera, del mutismo, de la publicidad, de las canciones de café, de la imagen física de un país confortable, más allá de la pretenciosa “orquestación nacional”.
A propósito de esta construcción de la argentinidad mediante un proceso de reflexión movilizado por el amor carnal a la patria y nutrido del dolor frente al cultivo del parecer antes que del ser, Francisco Romero compara el texto de Mallea con el Discurso del método de Descartes, porque ambos textos indagan un camino, buscan la dirección de una marcha y algunas evidencias –principios- capaces de otorgar sentido al proceso analizado.
Efectivamente, en el caso de Mallea es expreso su rechazo por la instrucción, el didactismo o el dogma del mejor camino a recorrer para encontrarse con las raíces de la argentinidad. Su “verdad” no consiste en un axioma-producto sino en la materialización verbal de un proceso de búsqueda angustiosa que conlleva sendas andadas y desandadas, propuestas y contrapropuestas, fragmentos de certezas que ofrece a sus interlocutores. A aquellos capaces de conmoverse, de sentir la Argentina hecha carne y de pensarla desde la racionalidad y desde el amor.
La racionalidad y el amor son las teas capaces de alumbrar la otra realidad, la de la Argentina invisible, la que está por debajo de la superficial y que constituye la esencia de la argentinidad.
Su principal estrategia para convencer es mostrar la trastienda, la cocina, el ir haciéndose de sus pensamientos, partiendo desde la angustia que, por fuerte, se materializa, hasta la toma de conciencia, pasando por los múltiples y a veces encontrados –o desencontrados- abordajes de ese objeto –el ser argentino- que no existe a priori como dato a hallar para construir un paradigma, sino que va constituyéndose, va construyéndose a medida que va pensándose.
Afirma que la tierra sólo puede ser reconquistada por una moral tan fuerte como ella: idea, pasión o sentimiento. Sólo una pasión de la conciencia puede contrarrestar el fraude moral, la conformidad colectiva, el cáncer que la desnaturaliza y consume y obstaculiza su crecimiento. Sólo ella puede coadyuvar en el surgimiento del hombre invisible, el habitante del hinterland.
Como hemos dicho, una estrategia vertebral del texto es la puesta en diálogo de opuestos. Así, el autor hace hincapié en la dicotomía entre dos existencias; la banal, aparencial y la auténtica, ésta última implícitamente conceptualizada en su opuesto. La conducta banal es la del hombre cuya personalidad naufraga en la existencia impersonal, que huye de sí misma y que pierde en la conducta socialmente aceptada toda su autenticidad. Es el habitante de la argentina visible; se trata de un hombre locuaz, extrovertido, en apariencia fácil asimilador de cultura. Sin embargo, la asimilación no es tal, porque la verdadera asimilación transforma al organismo que asimila, y esto no ocurre con el hombre visible que tiene, intelectualmente hablando, sangre blanca, sin capacidad de selección, por lo que simplemente absorbe, sin capacidad de procesar lo incorporado. Hoy diríamos que no integra los saberes a sus esquemas mentales, sólo hace una incorporación de conocimientos mecánica.
Así, “perdimos” a los inmigrantes a los que se les hubiera podido imponer nuestra forma espiritual; el brillo de la epidermis obstaculizó la mirada hacia adentro, por lo que ellos no encontraron el cauce que los hubiera llevado a la Argentina auténtica, profunda, ya que nuestro acervo de alma y conciencia se había debilitado explícitamente en la superficie del país y, en cambio, vieron reforzado su afán material. El encuentro con la Argentina visible clausuró el encuentro con la Argentina profunda.
El más nocivo representante de la Argentina visible es aquel que ha sustituido el vivir por el representar. Hace gala de muchas ideas y de ninguna creencia. El origen de ese mal, de ese pecado no es el espíritu, el alma o el intelecto: es un delito de la conciencia.
Son los habitantes de nuestro suelo que tienen vocación ministerial, los que hacen al país, los que lo representan, desde la cátedra, el periódico, el parlamento. Personas acomodaticias, sin honra. Nacionalistas que son gestionadores de empresas extranjeras. El discurso, el banquete y la publicidad son sus atributos.
Esos representantes de la Argentina –la clase dirigente- fueron el modelo a seguir. Hombres con apariencia de hombres, que cultivaban y mostraban una ficción de refinamiento por debajo de la cual estaba la barbarie, instinto y ambición que se exteriorizaban camuflados de aristocracia. Gente con una función adjetiva, no sustantiva, olvidados del ser por lo que querían parecer. Ese mundo ficticio sustituyó al verdadero.
Sin embargo el hombre invisible persiste. No es el hombre de campo, es un hombre parecido al clima, a la naturaleza de la tierra argentina, de la naturaleza no desvirtuada. Un hombre reservado, corajudo, grave, moderado, solidario, que hace “una exaltación severa de la vida”, cogollo de la argentinidad.
Los hombres invisibles de la Argentina son los que crean sin ficción, viven sin alarde, sobreviven sin resentimiento, no tienen en la superficie del país el predicamento que enarbolan los aparentemente grandes, los fariseos, los filisteos.
Exaltación implica elevación. Ese poder de exaltarse por una idea, una experiencia o la Fe es lo que nos hace humanos, es un acto espiritual. La circunstancia de severidad, de ánimo y obrar extraordinarios, muestra que se trata de una exaltación superior, que trasciende al hombre mismo.
Bibliografía
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http://www.ensayistas.org/filosofos/argentina/mallea/roldan.htm
AMORES, Ana Lía. “La pasión del pensamiento”, Diario Clarín, suplemento Cultura y Nación, Buenos Aires, 12 de noviembre de 1987.
Fuente: Eduardo Mallea. “El escritor y nuestro tiempo” (1935). El sayal y la púrpura. Buenos Aires: Losada, 2da. edición, 1962, pp. 17-32. Edición digital a cargo de Alberto Fernando Roldán y autorizada para Proyecto Ensayo Hispánico]
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Vásquez, María Esther “El congreso se divierte” en Diario La nación Suplemento cultura, domingo 10 de agosto 2003
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