Mi lectura del Quijote
En el presente trabajo dedico un primer espacio a algunos datos biográficos del autor del Quijote y realizo un somero análisis de algunos hechos históricos que considero dinamizadores de miradas de época.
A continuación, me centro en los “olvidos” del escritor y en las rupturas de la narración, considerados como el resultado de un estilo de escritura que configura el mundo narrado atravesándolo con fuerzas centrífugas desestabilizadoras que “desatan” la estructura del texto, dejan fisuras que el lector debe completar y dan a la obra el sentido de actualidad que cada uno de nosotros le descubre.
Luego paso a analizar qué lleva a Quijada Quesada o Quejana a hacerse Quijote y encuentro que el tema del hambre y la tiranía de la apariencia son factores importantes, a los que se suman las arbitrariedades del poder. En otras palabras, la situación de injusticia lleva al cincuentón Quijana a arrancar a un héroe de la ficción y a actualizarlo en su propio cuerpo, dándole vida a la literatura. Alonso Quijano, el bueno, está sustentado en esta experiencia vital de la ficción.
Acercándome a don Quijote repito lo que todos sabemos y que parece contradecir lo antedicho: que el origen de su locura es la literatura, no un mundo hostil que lo arrincona. Son ciertas las dos cuestiones, Quijana se transforma en don Quijote acicateado por un mundo cruel, pero la materia prima usada en la estructuración de su ideal, es la literatura. Ésta es la que funciona como universo referencial del personaje, no la “realidad” del mundo de Quijana. En el Quijote, el sistema de grado cero no es la realidad, es la ficción.
Por eso, más adelante, sostengo que en esta obra es la ficción la que confirma la realidad y no al revés, ya que es la literatura la que funciona como referencia a la hora de buscar sustento para el personaje. Asimismo, los denominados “desdoblamientos” son desplazamientos del personaje por diversos géneros literarios, los sistemas de ficción que lo encauzan en una determinada visión del mundo.
También destaco el efecto de “presente” que atraviesa el Quijote. No se trata sólo de que don Quijote sea un héroe en proceso, sino de que el mito atemporal es atraído al presente. El no tiempo es contemporaneizado y actualizado en la encarnación quijotesca.
Por último, para hablar del legado del Quijote recurro a los lugares comunes, pero sentidos en mí como únicos e individuales. Don Quijote es el referente ineludible a la hora de poner en práctica una idea, de pensar un cambio, de atreverse a disentir o de decidirse a actuar.
Algo sobre Cervantes y su época
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares en 1547, durante el reinado de Carlos V, cuando se desarrollaban las deliberaciones del Concilio de Trento (1545-1563) cuyos edictos fueron declarados leyes por Felipe II.
Al momento de publicar El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha en 1605, es casi un desconocido, ya que su Galatea tuvo un éxito discreto. Como sabemos, no se crió en cuna de oro, al contrario, su vida tendió a desarrollarse más cerca de las orillas que del centro.
Huyendo de la ley se encontraba en Italia en 1571, cuando participó en la batalla de Lepanto, origen de su “manquedad” y que Cervantes definiera como “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.[1] En el ’75, cuando regresaba a España, fue apresado por los turcos que lo mantuvieron cautivo en Argel por cinco años, creyéndolo persona importante a causa de las cartas de recomendación que llevaba consigo.
Ya de regreso en su patria, continúa su vida entre fracasos y penurias económicas. Trabajando como comisario de abastos para el proveedor de las galeras del rey, fue encarcelado por haber realizado una venta de trigo no autorizada. Cinco años más tarde estaba nuevamente en la cárcel, esta vez por no poder dar cuentas del dinero recaudado en comisión. Parece que en este período fue escrito el Quijote. En el momento en que se publica “la historia de un hijo seco (…) y lleno de pensamientos varios”,[2] que tuvo una repercusión inmediata en los ambientes literarios, su vida personal queda en entredicho por el asesinato de un caballero en la puerta de la casa de “las Cervantas”.
En lo atinente a su formación intelectual son pocas las certezas. Seguramente, por causa de la vida itinerante de sus padres, su educación debió ser fragmentaria. Suele afirmarse que estudió con los jesuitas, basándose en el hecho de que en El coloquio de los perros pondera los métodos de enseñanza de los colegios de la Compañía de Jesús:
“…recibí gusto de ver el amor, el término, la solicitud y la industria con que aquellos benditos padres enseñaban a aquellos niños, enderezando las tiernas varas de su juventud, porque no torciesen ni tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, que juntamente con las letras les mostraban.”[3]
Se sabe que en 1568 asistía al “Estudio” de Madrid dirigido por el erasmista Juan López de Hoyos, quien, en la Historia (…) de las exequias fúnebres de la serenísina reina de España” (Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II), incluyó versos de Cervantes, “nuestro caro y amado discípulo”[4]
En la época de Carlos V hubo muchos intelectuales españoles que simpatizaban con las ideas de Erasmo, tipificadoras del Renacimiento, y que, como un primer acercamiento simplificador, pueden enunciarse como un vuelco de confianza en la razón humana y en la naturaleza, que llevaba a la práctica de una moral basada en la voluntad humana individual y que iba derecho a la prédica de un cristianismo personal, prescindente del ornato exterior. Ideas demasiado coincidentes con las del enemigo protestante, como para ser pasadas por alto en los tiempos de Felipe II, que incluyó las obras de Erasmo en el Índice. Pero, es probable, que el “caro discípulo” de un humanista mantuviera tales ideas a pesar de la prohibición, más teniendo en cuenta que años fundamentales de su vida, en cuanto a la cristalización de una cosmovisión, fueron vividos fuera de España.
De sus primeros escritos se conservan dos dramas, denominados comedias por su autor porque trataban de las vicisitudes de personajes no elevados. El trato de Argel, de tema contemporáneo (los padecimientos de los cautivos en Argel) y La Numancia de tema histórico (la toma de Numancia por los romanos).
En 1585 publicó La Galatea, novela pastoril en prosa y verso, dividida en seis libros. En el escrutinio de la biblioteca de don Quijote, el cura la salva del fuego, porque “tiene algo de buena invención (…) es menester esperar la segunda parte”.[5] La novela del propio Cervantes es introducida en la narración, en una muestra de la familiaridad del autor con los pasadizos que unen realidad y literatura.
La siguiente obra es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la primera parte del Quijote, que es publicada en 1605. Luego hubo un paréntesis de ocho años, a partir del cual el ritmo de publicaciones se acelera. En 1613 se imprimen sus doce Novelas ejemplares, aunque “Rinconete y Cortadillo” y “El celoso extremeño” ya habían sido recogidas en la Compilación de Curiosidades españolas, en 1601. Le sigue el poema satírico alegórico El viaje del Parnaso, aparecido en 1614. Al año siguiente publica Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, aprovechando el éxito de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, la segunda parte del Quijote, dada a “la estampa” diez años después que la primera.
Póstumamente aparece Los trabajos de Persiles y Segismunda, una obra de aventuras con estructura “desatada” a la manera de las novelas de caballerías cuya dedicatoria al Conde de Lemos, el mismo a quien encomendara la segunda parte del Quijote, redactó pocos días antes de morir. Falleció el 23 de abril de 1616.
Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo eso, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir.[6]
En este tiempo, a pesar de la fuerza retardataria de la Contrarreforma y con diferentes grados de desarrollo, surge un cambio de mentalidad, a partir de la alteración producida en las relaciones del hombre con la naturaleza. La confianza en la capacidad humana lleva a una relación nueva con el entorno; una suerte de visión de “apropiación” es sustentada por los adelantos científicos y tecnológicos. Cambia también la relación del ser humano con Dios, remitiendo el diálogo con la divinidad al ámbito privado, lo que deriva en una alteración en el modo de relacionarse con los otros, debido a la instauración de relaciones económicas y competitivas.
La nueva cultura antropocéntrica motivó la necesidad de explorar los límites del conocimiento humano, y a la confianza eufórica de los primeros tiempos en la razón humana, siguió la duda respecto de su capacidad para alcanzar el conocimiento verdadero.
La preocupación por el lenguaje se inscribe en este ámbito. No sólo se revaloriza la preceptiva clásica para normar el buen escribir, sino que se busca delimitar las fronteras entre la ficción y la historia. A este respecto, viene bien recordar las palabras de Sansón Carrasco:
Uno es escribir como poeta, y otro como historiador; el poeta puede cantar o contar las cosas, no como fueron sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna.[7]
Los aires de época nutrían pensamientos revisionistas y renovadores. El interés por la palabra como generadora de mundos y la necesidad de develar el proceso de la creación, de jugar con los límites realidad/ficción queda claramente “pintado” en “Las Meninas”, años más tarde. En El Buscón, publicado un año antes que el primer Quijote, puede avizorarse esta atención por el lenguaje, ya que las aventuras picarescas exacerbadas hasta lo escabroso, son apenas un telón de fondo para el despliegue de ingenio en los juegos y recreaciones lingüísticas.
También en el Quijote hay descuido de la anécdota. Claro que en este caso se avanza mucho más que en Quevedo, ya que no son juegos de palabras los que se ponen en primer plano. Lo que vemos en Cervantes es la intención de poner en relieve los diferentes estratos de la representación, de mostrar mundos envueltos en mundos y de problematizar las relaciones entre lo real y lo imaginario, entre el lenguaje que es medio de comunicación, que “dice” algo, y el lenguaje literario creador de universos posibles. Las fronteras se difuminan, parece no haber un límite estable entre el adentro y el afuera de la literatura, como si el mundo de la realidad y el mundo de la ficción fueran diferentes niveles de lo virtual o, también, de lo real.
En esta preocupación por el hecho artístico, el sujeto creador se “objetiva” como objeto creado, el caso de Velázquez pintando a Velázquez pintando, o el de Cervantes criticado en el Quijote, o el objeto creado objetivado otra vez en sí mismo: el Quijote husmeando en los entresijos del Quijote.
El estilo del Quijote
El estilo de Cervantes ha llevado a algunos críticos a considerar el Quijote como la Biblia de la humanidad y a otros como “una historia muy deshilvanada y chapucera”.[8]
Las “desprolijidades” en la trama parten del puro desinterés que evidencia quien tiene otras prioridades, al considerar que “Otras algunas menudencias había que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relación de la historia”.[9] Porque la “verdadera relación de la historia” no está dada por lo anecdótico, sino por el juego con las texturas del lenguaje y los diferentes estratos de la representación.
Por eso lo importante es el efecto que las fugas de la anécdota provocan en el lector. En primer término, la discontinuidad en las acciones genera rupturas en la suspensión de la incredulidad ya que el lector es obligado a tomar conciencia de que está leyendo una obra ficcional y comienza a dudar de la tantas veces remarcada “verdad de los hechos” y a preocuparse por la función que cumple en el plan cervantino afirmar algo con insistencia machacona y seguidamente introducir la duda sobre lo afirmado.
Cuando el narrador insiste en que “las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas”[10] el lector se pregunta cuál será la verdad de la historia en una historia que muestra a cada paso que no es verdadera. Acaso la intención sea precisamente esa, poner de relieve que la verdad no es un valor absoluto, sino relativo al punto de vista de quien estructura el discurso. O será que la literatura, al proponernos una relación nítida entre lenguaje y mundo, es un medio excelente para movilizar el pensamiento alrededor de las cuestiones de esencia y apariencia, de objeto y representación, de lo que permanece y lo que muda. Lo cierto es que a partir de la duda generada, es fácil preguntarse si un determinado estado de cosas que parecía “naturalmente” instituido por Dios, es apenas una manera de estar que es susceptible de cambio.
Por otra parte, la toma de distancia en la lectura activa una actitud crítica frente a lo narrado que a los lectores de hoy nos conduce, mutatis mutandis, directamente a la estética de Brecht con su propuesta de teatro épico.[11] Además, es necesario remarcar, como derivación de lo anterior, que el lector implicado en el Quijote no es el lector pasivo que recibe un mundo digerido, listo para consumir, procesar y evacuar. Contrariamente, es un lector que no puede bajar la guardia so pena de perderse “algo”, que inicia un diálogo con el mundo narrado y lo reconstruye. Seguramente por eso después de casi cuatrocientos años de escrito el Quijote, seguimos hablando de su actualidad.
Además, tanto como el quiebre de la continuidad, resalta la pluralidad de voces contiguas que pugnan por poner en primer plano su historia. Desconcierta un narrador que juguetea a aparecer y desaparecer detrás de otros narradores, que se enmascara y se escabulle sin asumir la responsabilidad del relato.
Cuando leemos un texto literario, entregamos nuestra confianza a las palabras del narrador, determinantes en la configuración del mundo narrado. Ante el conflicto entre los dichos del narrador y los de los personajes, optamos siempre por atribuirle veracidad al narrador. La autoridad de su discurso no es discutida, dado que “las afirmaciones singulares del narrador tienen preeminencia lógica.”[12]
Ahora bien, en el caso del Quijote nos encontramos con varias voces que se atribuyen el status de productor del discurso constitutivo del mundo de la narración:
Llegando a escribir el traductor de esta historia este quinto capítulo dice que lo tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio.[13]
No son voces que hablen al unísono, sino por el contrario, la lucha por imponer su discurso las lleva a tomar distancia entre sí:
Si a ésta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos.[14]
Esto abre brechas en la confianza del lector, introduciendo la reflexión sobre lo dicho, en lugar de ser puente para el ingreso al universo ficticio.
La narración comienza en primera persona y sigue así hasta que el lector se acostumbra al narrador y confía en su discurso: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…”.[15] Pero, finalizando la primera parte, en medio de la lucha con el vizcaíno que “quedó destroncada”, irrumpe abruptamente otra voz, para decir que
En este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido.[16]
Enseguida este “segundo autor” comenta su pesadumbre por haber quedado la historia inconclusa, más aún teniendo en cuenta “que no faltó a ninguno de los caballeros andantes (…) uno o dos sabios, como de molde, que no solamente escribían sus hechos sino que pintaban sus más mínimos pensamientos”.[17] Y pasa a relatar, no la consecución de las aventuras de don Quijote, sino lo que a él –el narrador- le sucedió “estando (…) un día en el Alcaná de Toledo”.[18]
Estas rupturas en la continuidad de la narración son consecuencia de la búsqueda de espacio, de materialización, de las diversas historias superpuestas que quieren imponerse. En este caso, pueden apreciarse tres estratos en la narración: el de Quijote y el vizcaíno; el del primer autor y el del segundo autor.
Luego aparece “Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”, “escudriñador de los átomos de esta verdadera historia”, autor de los escritos que encuentra el “segundo autor”.
Hay un episodio que muestra claramente cómo el narrador retacea información, se enmascara en la duda o elude su responsabilidad frente al relato. Se trata de la aventura de la cueva de Montesinos.[19] Dice el narrador que el traductor dice que Cide Hamete dice, en anotaciones al margen, que tiene dudas de la veracidad de este episodio por “ir tan fuera de los términos razonables” pero que no es posible pensar que don Quijote mienta, que sin duda la contó y debe ser verdad porque no tuvo tiempo de preparar una mentira, por lo tanto “sin afirmarla por falsa o verdadera” la escribe, aunque le parece que al final de su vida “se retrató della”. El lector queda perplejo, frustrado. No tiene ninguna otra instancia de confrontación, por lo que debe conformarse con saber que no sabe.
En síntesis, tenemos dos primeros autores, que lo son de las fuentes que usa el segundo autor. Uno, desconocido, cuya narración en primera persona es transcripta por el segundo autor. Otro a partir de la Segunda Parte del Quijote de 1605, Cide Hamete Benengeli, que es reinterpretado por la traducción de un “morisco aljamiado” y por la narración del segundo autor. Por si faltaba algo, en el prólogo, Cervantes se dice padrastro del libro, padre sustituto.
De Quijada, Quesada o Quejana a don Quijote
Quijada o Quesada o Quejana se preparó por décadas, empapándose de literatura, construyendo con los mejores materiales de la ficción un héroe a su medida. Cuando logra la síntesis perfecta le entrega su conciencia; “muere” para que don Quijote viva, así como éste muere cuando nace Alonso Quijano, el bueno.
No tenía ni nombre el “pobre caballero”, era un don Nadie. En una sociedad en la cual los pretendientes de ascenso social sufrían una “pesadilla causada por los problemas del honor hereditario, del reconocimiento de las hidalguías o de la entrada en la clase social de los caballeros”,[20] en la cual era obsesivamente importante probar la limpieza de sangre, “nuestro hidalgo” carece de nombre definido.
Es hidalgo, pero ubicado en la periferia. Nos damos cuenta de su situación de marginalidad cuando le pregunta a Sancho: “¿En qué opinión me tiene el vulgo, en qué los hidalgos y en qué los caballeros?” A lo que responde el escudero:
El vulgo tiene a V.M. por grandísimo loco (…) los hidalgos dicen que (…) se ha puesto don (…) con un trapo atrás y otro adelante. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos, especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los zapatos y toman los puntos de las medias negras con seda verde.[21]
Quijote es un loco, un usurpador y un desubicado para su entorno. Uno que subvierte el orden establecido.
En el castillo de los duques, cuando se le sueltan los puntos de la media y deseó tener seda verde para remendarla, aclara “digo seda verde porque las medias eran verdes.”[22] Aparte de la sonrisa que despierta la asociación con la frase anterior, llama la atención el parlamento que el narrador pone en boca de Benengeli:
Digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: ‘Tened todas las cosas como si no las tuviésedes’ (…) ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago![23]
El tema del hambre y el vestido nuevamente, pero, fundamentalmente, la tiranía de la apariencia, la necesidad de disimular la marginalidad como si fuese de responsabilidad individual. Que hacía falta un héroe justiciero queda patente en el discurso de la Edad de Oro.[24] Hay una contraposición constante entre la “Dichosa edad y siglos dichosos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados” y la situación económica y social de la España del 1600.
Cuando leemos que en los tiempos primigenios no existían las desigualdades sociales y económicas, no había “tuyo y mío”, por lo que no era necesario penar por conseguir el sustento, que el hombre andaba desnudo y tampoco era necesario someterse a la tiranía de la apariencia, estamos impelidos a establecer una contraposición con la historia que vivió Cervantes. Cuando Quijote dice que “La ley del encaje aún no se había asentado en el entendimiento del juez” sabemos que Cervantes, ha sufrido la “justicia” de estos jueces que sentenciaban según su propio arbitrio, sin atender a leyes, de acuerdo con lo que se le “encajaba” en la cabeza. Es en este contexto que Quijana decide actuar, pareciéndole “convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante”.[25]
La citada frase del Quijote pone en evidencia varias cosas, si aceptamos que en una obra de ficción podemos encontrar la historia. La primera de ellas es la posibilidad de aumentar, con actos individuales, la honra (“cada uno es hijo de sus obras”) que indica que la mentalidad burguesa con sus principios de utilitarismo y de confianza en el quehacer individual como fuerza directriz del propio destino, ya era parte de la mentalidad española, aunque, y esta reserva establece una diferencia, “me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada”.[26]
En segundo término, el servicio a realizar es para la República. No piensa en defender la fe o en actuar para mayor gloria de Dios. Parte de un sentido de conveniencia personal, con el objetivo de servir a una institución política y trabajar por el logro individual de honra; una muestra de la alteración, ya mencionada, que se produce en el Renacimiento en las relaciones del hombre con Dios y con los otros.
En tercer lugar, y esto es lo que quiero destacar, para el logro de tales objetivos el personaje decide morir, desalojarse a sí mismo o arrinconarse en el fondo de su conciencia, para darle cuerpo -su cuerpo- a una idea.
Quijada, Quesada o Quijana, el pobre hidalgo de quien no importa el nombre en esta sociedad rígidamente estratificada y profundamente injusta, decide encarnar un héroe ideal estructurado con materiales de ficción y salir a actuar en el mundo. Seguramente a lo largo de su vida de ávido lector ha ido madurando la imagen de un héroe justiciero, cuya estatura crecía en directa proporción con su impotencia frente a un estado de cosas injusto y con su desazón frente al paso inexorable de los años en la absurda inanidad del transcurrir diario. Poco a poco va dejándose invadir por esa imagen, hasta que don Quijote sale de la región de la fantasía a recorrer toda su conciencia y la hace suya. Quijana, el marginado en la sociedad engendra a don Quijote, el marginado en la realidad.
Esta abstracción que Quijana arranca del universo ficcional atemporal hacia la realidad concreta, a la que le puso el nombre de Quijote, es la que desaloja su indefinición y lo hace idéntico a sí mismo, convirtiéndolo y purificándolo, transformándolo en Alonso Quijano, el bueno. El bueno está sustentado en la experiencia vital de la ficción. Prestándole su cuerpo a Quijote, dándole vida a una síntesis de ideales heroicos dispersos en el tiempo, se hace a sí mismo, construye su propia identidad.
Don Quijote
La materia prima
Como sabemos, Quijada, Quesada o Quejana, lector de libros de caballería
Se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio.[27]
Es decir, la fuente nutricia de su locura es la literatura. Este empedernido lector, entrado en años, con una vida ya hecha y de la cual más se esperaba la cosecha que la siembra, se hizo el propósito de ponerle vida a la ficción. Abstrae mundo construido a partir del lenguaje, y lo arrastra hasta el mundo real, dándole vida: “yo (…) sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería.[28] Significa que la inadecuación de su percepción del mundo en relación con la percepción corriente de su entorno, no es el producto de una huida o el resultado de un ensimismamiento originado en un ambiente hostil que lo arrincona. Es la consecuencia de la imposición en la realidad de un personaje de literatura.
Una vez producida la metamorfosis en Quijote, su mirada es diferente porque es “otra”, la del héroe que sale de la literatura para ejercitar irrealidades, que parte del mundo ficcional, de objetos imaginarios, para crear mundo “real”, de objetos existentes. No es que don Quijote represente al héroe caballeresco, es el héroe caballeresco encarnado, la correspondencia en el mundo real del héroe literario.
Ahora bien, los denominados “mundos ficcionales” son una forma posible de lo real. Se trata de propuestas de mundo asentadas en una determinada visión del universo cotidiano, a partir de la selección de un determinado “sistema de realidad” que regula los acontecimientos narrados. El mundo imaginario es creado y percibido teniendo en miras las coordenadas referenciales del mundo real que funciona como un sistema “de grado cero” y que sirve de instrumento de medida del universo virtual.[29]
En el caso del mundo quijotesco es al revés. La base en la que se sostiene no es el mundo real sino el mundo de la literatura. Esa es la inversión que realiza Cervantes, concibiendo una ficción desestabilizadora del emplazamiento de la frontera entre lo real y lo representado, lo fijado y lo posible al cambiar el sentido de la relación entre lo real y lo ficticio.
Concibe un personaje (Alonso Quijano) que realiza su identidad mediante un personaje (Quijote) estructurado con materiales ficticios, a partir de la selección reguladora de un sistema de ficción. El mundo real es creado y percibido teniendo en miras las coordenadas referenciales del mundo de la literatura, el cual funciona como un sistema de grado cero y parámetro del universo real.[30]
La literatura confirma la realidad
La estructuración del personaje a partir de la literatura, implica que ésta es la que funciona como sistema de referencia a la hora de buscar sustento para su actuación en el mundo. Así, en la historia presentada “sin el ornato de prólogo, ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse”,[31] se busca la confirmación laudatoria, no en personajes históricos relevantes que apadrinen la obra, sino en personajes de ficción. Ya en el prólogo se pone en evidencia la inversión realizada: es la literatura la que da validez a la realidad. Es la misma razón por la cual el respaldo al libro queda en manos de Urganda la Desconocida y de que sean héroes literarios los que intercedan por los héroes del Quijote. La prosapia de don Quijote es atestiguada por Amadís, Belianís de Grecia, Orlando Furioso y el Caballero del Febo. Ellos son los encargados de establecer el linaje de “nuestro caballero”, así como Babieca tiene la misión de confirmar como personaje a Rocinante. Asimismo, la bella Oriana allana la senda a la bella Dulcinea y Gandalín, el escudero de Amadís, pone su prestigio al servicio de Sancho.
La apelación a la ficción como referencia y explicación de su actuación es constante en don Quijote. Su famosa afirmación de que los molinos son gigantes (“Porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más, desaforados gigantes”[32]) se basa en sus lecturas; por eso, ante la razonable respuesta del escudero, no transige, sino que reafirma su percepción: “Tal parece que no estás cursado en esto de las aventuras, ellos son gigantes” refrendando su visión del mundo en las convenciones de la literatura.
Reacciona igual cuando se entera de que la princesa Micomicona es Dorotea. Sostiene que su transformación ha sido por causa de la ignorancia, de la falta de lecturas del padre de la princesa.
No supo ni sabe de la misa la media (…) fue poco versado en las historias caballerescas; porque si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasé y las leí, hallara a cada paso como otros caballeros de menor fama que la mía habían acabado cosas más dificultosas.[33]
Otra muestra de que don Quijote, un personaje extraído de la ficción, busca adecuar su comportamiento a un horizonte de expectativas ficticio se genera con el planteo que hace Sancho para que se le fije un salario mensual. El rechazo del amo se sustenta en que no ha leído que los caballeros pagasen salario a sus escuderos: “pensar que yo he de sacar de sus términos y quicios a la antigua usanza de la caballería andante es pensar en lo escusado.”[34] El respeto a las convenciones de la literatura, además de facilitarle a don Quijote esquivar el bulto a sus obligaciones con Sancho –lo que, de alguna forma, está cuestionando su importancia como plano referencial del héroe, poniendo una nota risueña- es esencial porque es el “guión” para su actuación en el mundo.
Las dudas del personaje con respecto al sistema genérico que le sirve de base
Los denominados “desdoblamientos”, se derivan de la duda del personaje sobre el sistema referencial que lo nutre. No es que se haga dos, que se desdoble: es siempre uno que recorre el mundo de la literatura en el proceso de cristalización de su personalidad. Más que de desdoblamientos se trataría de desplazamientos por diversos géneros, en la búsqueda de adecuación de su comportamiento a un libreto genérico fijo. Por ejemplo, después de que es apaleado por los mercaderes toledanos,
Viendo, pues, que en efeto, no podía menearse, acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros, y trújole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del Marqués de Mantua, cuando Carloto lo dejó herido en la montiña (…) pues le pareció que le venía de molde para el caso en que se hallaba.[35]
La leyenda del sobrino del Marqués de Mantua, Valdovinos, en el duelo con el hijo de Carlomagno, Carloto, era muy conocida por un romance recogido en el Cancionero de Romances, Amberes, c. 1547-49.[36] Don Quijote, siempre buscando su confirmación en la ficción, estima que su circunstancia se acomoda mejor al guión de un romance que al de una historia caballeresca, por lo tanto, “actúa” de acuerdo con ese libreto.
Asimismo, ya sobre el jumento del vecino que lo lleva de regreso al pueblo, vuelve a desplazarse y “olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcalde de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y le llevó cautivo a su alcaidía.”[37] Razón por la cual, al preguntarle el labrador cómo se sentía
Le respondió las mismas palabras y razones que el cautivo abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en la Diana de Jorge de Montemayor, donde se escribe.[38]
Esta vez es la leyenda morisca de los amores de Abindarráez y la hermosa Jarifa la que le viene a la memoria para conducirlo en su vivencia.
Más adelante[39] se produce otro desplazamiento. Mientras el cura, el barbero, el ama y la sobrina, procedían a destruir la biblioteca de Quijana, don Quijote daba “reveses y cuchilladas a todas partes”, asumiéndose como Reinaldos de Montalbán, uno de los doce Pares de Francia, defendiendo su honor frente a Roldán. Lo particular de este desplazamiento, es que no hay una circunstancia que venga “como de molde” a un “guión” literario. Salvo que, entre sueños, haya advertido que, al par de destruir los libros, estaban destruyendo su historia, su sustento en el mundo y, entonces, más que defender su honor, defendiera su vida.
Después de este episodio el personaje se “fija” en el género caballeresco. Añorará otro sistema genérico cuando sea derrotado como caballero por el de la Blanca Luna y sueñe con ser el pastor Quijotiz acompañado por el pastor Pancino. Como fácilmente notamos, en el mundo pastoril Sancho estará al mismo nivel que don Quijote. Esta elevación en su posición o esta caída en la de don Quijote, queda patente en el hecho de que solicita la aprobación del escudero para estructurar otro mundo:
Este es el prado donde topamos a las bizarras pastoras y gallardos pastores que en él querían renovar e imitar la pastoral Arcadia (…) a cuya imitación, si es que a ti te parece bien, querría ¡Oh Sancho! que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar recogido.[40]
Al partir del castillo de los duques para encaminarse a Zaragoza y luego del encuentro con los labradores que llevaban las imágenes religiosas, había llegado a una “Arcadia fingida o contrahecha”[41] , una representación dramática de la vida arcádica, que ahora nutre su sueño de pastor. En el último capítulo de la vida de don Quijote, Sancho, .llorando, lo insta:
Mire, no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizá tras una mata hallaremos a la señora Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, hécheme a mí la culpa.[42]
Sin embargo, don Quijote, “entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.”[43] Ni siquiera frente a la muerte de su héroe, deja Cervantes de desenmascarar, poniendo en relieve, las fórmulas hechas del lenguaje y de provocar la distensión del lector mediante la sonrisa.
En ese momento comprendemos que la muerte de don Quijote se vino preparando desde antes. Fueron los duques los principales responsables de quitarle sustento al héroe, al armar un escenario que creyeron confirmatorio del personaje. No entendieron que cuando Quijana se hace Quijote y diluye la distancia entre ficción y realidad para ser soporte material del héroe literario, está sosteniéndose en su voluntad individual, ya que ésta posee la fuerza de generar una metamorfosis radical en la realidad; la transformación del mundo, al menos en lo que a su persona corresponde, depende de su palabra y de su hacer. Por eso es que queda estupefacto frente a una realidad que cambia sola -me refiero a la acomodación de la realidad que hacen los demás y que a él lo obliga a recurrir a los encantadores para explicarla. El escenario, “como de molde” que le arman los duques infisiona irremediablemente la confianza en su voluntad como motor de cambios. Es entonces cuando comienza a adivinarse el final porque va perdiendo sostén como personaje. La derrota del héroe es debida a la acción de los duques, más que a la del Caballero de la Blanca Luna.
La ucronía del ideal y su actualización en el presente
Concebimos el desarrollo de la humanidad, esquemáticamente, de dos maneras. Partiendo de una edad de oro, un paraíso, ubicando en un pasado remoto un comienzo inmaculado (lo que Bajtín denomina hipérbaton histórico, por situar en el pasado lo que ha de realizarse en un futuro[44]), lo que implica una visión de la humanidad como degradada, o partiendo de un caos en el cual la capacidad humana pondrá orden, algún día, en un tiempo por venir.
En ambos casos mandamos la realización del ideal muy lejos en el tiempo o a un no tiempo, la sacamos del curso natural de las cosas, de tal manera que sólo creemos en el cambio a través del milagro, que es una de las formas más elaboradas de no creer en el hombre como artífice de un mundo mejor.
El caso de Quijana es diferente. No se resigna a un ideal que es historia antigua o profecía, por lo que decide nacer de nuevo engendrándose a sí mismo y constituyéndose en personaje justiciero que tiene por misión realizar la justicia en el presente. La materia prima es la literatura, pero no parte de un modelo acabado que sintetice las mejores cualidades y actúe de acuerdo con su esencia heroica, sino que el héroe va constituyéndose a medida que actúa en el mundo. Es un héroe en proceso, sostenido por ideales de vida que se nutren en la atemporalidad del mito, pero que va haciéndose en la acción, en el presente. Debido a ello no busca elevarse a regiones atemporales, equiparándose con los héroes del mito que están cristalizados. Trae el mito a la contemporaneidad, sintetizado en sí mismo y lo hace actuar en un espacio común y corriente, un espacio cotidiano.
En el Quijote conmueve y destaca este efecto de “presente” que traspasa todo el texto. El presente no solamente se hace visible en la intersección de un mundo reconocible por el lector del 1600 con creaciones atemporales sintetizadas en Quijote, un héroe en curso, que va afirmándose en el hacer, constituyéndose por su actuación en el mundo. También el presente del propio Cervantes se cuela en la datación de la carta que el “gobernador” Sancho Panza le envía a su mujer fechada un veinte de julio de 1614[45] y que “debió” fechar en 1605. Pero, la mayor carga para significar vida en curso la da el hecho de que el propio Quijote es “contemporáneo” del relato de su propia vida: “Pensativo además quedó don Quijote, esperando al bachiller Carrasco, de quién esperaba oír las nuevas de sí mismo puestas en libro”.[46]
Cuando don Quijote “invade” la realidad y a fuerza de voluntad va haciéndose un lugar en el mundo, trae al universo cotidiano un no-tiempo en el que confluyen tiempos primigenios inmarcesibles “a quienes los antiguos pusieron el nombre de dorados”, tiempos de la caballería andante, tiempos de la ficción caballeresca, tiempos de don Quijote y tiempos –también- de Cervantes. Que el mito se actualice en Quijote implica una superación de la distancia épica, una ruptura en la barrera atemporal del “pasado absoluto” que es atraído a la contemporaneidad. Esto es parte de lo que hace perdurar al Quijote: la voluntad del héroe para actuar en el presente con los mejores ideales de todos los tiempos.
El legado
Es fácil pensar que es muy poco lo que logra don Quijote en su afán de justicia. El entorno de Quijote no se altera, apenas lo reconocen como estímulo y soporte de burlas y crueldades físicas y mentales. Increíblemente, el mito hecho vida y caminando entre la gente no desestabiliza. Es apenas un paréntesis que puede pasarse por alto sin que cambie en nada el curso de la injusticia, o peor aún diría Andrés, el mozo de Juan Haldudo.
Claro, no tenemos que olvidar que esto es lo que ocurre en el mundo de la narración, pero la literatura no es una propuesta de mundo entre entes implícitos en el texto. La propuesta de mundo está hecha por un autor, Cervantes, para lectores reales. Lo que tenemos que pensar, entonces, es si la lectura de la obra provoca, de alguna manera, un cambio en quien la lee. El hecho de que no haya alteración en el mundo narrado no significa que la propuesta de un héroe justiciero, de un personaje posible luchando por un espacio en la realidad, no altere la realidad de los lectores. Seguramente contribuye en mucho a que la obra perdure y siga siendo “discutida” con pasión casi cuatrocientos años después de ser escrita, el hecho de que en su mundo Quijote es un “desubicado”, alguien capaz de ver desde un punto de vista único. Es esta inadecuación perpetua a las circunstancias la que le permite poner en evidencia una serie de lacras sociales. Como es un “caballero” traído a la realidad, que ha salvado las fronteras que dividen lo contemporáneo de lo atemporal y lo cercano de lo remoto, se enfrenta con el hacer cotidiano cristalizado por la costumbre como un recién nacido, lleno de asombro y de desamparo, situación que viene “como de molde” para denunciar la injusticia naturalizada en la rutina.
Por otra parte, cuando Quijana se hace Quijote y disuelve la distancia entre ficción y realidad, siendo soporte material y vital del héroe literario, sienta un precedente de actuación a partir de la imaginación. Todos alguna vez hemos sido Quijote luchando contra gigantes o hemos quedado desamparados frente a la malignidad de los encantadores. Es que, desde que se dio a “la estampa”, el héroe ha funcionado en el imaginario social como referente ineludible a la hora de poner en práctica una idea, de pensar un cambio, de atreverse a disentir o de decidirse a actuar.
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[1] Miguel de, Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, EUDEBA, Buenos Aires, 1969, p 449. Todas las citas de la obra pertenecen a esta edición.
[2] P 7.
[3] Miguel de Cervantes Saavedra, El licenciado Vidriera y otras Novelas Ejemplares, Salvat Estella (Navarra), 1970, p 157.
[4] Op. ci t., Marcos Morínigo, en “Estudio preliminar”, p VIII.
[5] p 55.
[6] Citado por Martín de Riquer en Aproximación al Quijote, Salvat, Buenos Aires, 1969, p 37.
[7] p 470.
[8] Vladimir Nabokov, Curso sobre el Quijote, Ediciones B, Barcelona, 1997, p.58.
[9] p 75.
[10] p 470.
[11] Mientras el teatro nutrido en las concepciones aristotélicas propone la ilusión de que lo actuado en el escenario es la vida real, Brecht propone el uso de artificios –narración fragmentada en cuadros que impide ver la obra como una totalidad orgánica, gestualidad brusca y exagerada por parte del actor, uso de carteles explicativos, escenografía escasísima, etc.- para generar un “distanciamiento” del espectador, una toma de conciencia de que lo actuado es ilusión.
[12] Félix Martínez Bonatti, La estructura de la obra literaria, Seix Barral, Barcelona, 1972, p. 66.
[13] p 482.
[14] p 75.
[15] p 21.
[16] p 69.
[17] p 70.
[18] p 71.
[19] Cap. XXII_XXIII.
[20] Marcel Bataillon, Pícaros y picaresca, Taurus, Madrid, 1969, p. 211.
[21] p 466.
[22] p 729.
[23] Íb.
[24] p 83.
[25] p 24.
[26] p 326.
[27] P 23.
[28] p 459.
[29] Féliz Martínez Bonatti, La ficción narrativa, Universidad de Murcia, 1992, Cap. VII “Hacia una ontología formal de los mundos de ficción”.
[30] Por supuesto, cuando digo “realidad” me estoy refiriendo aquí a la concebida como tal en el mundo narrado.
[31] p 7.
[32] p 63.
[33] p 318.
[34] p 493.
[35] p 45.
[36] Celina S. de Cortázar e Isaías Lerner en notas al Quijote ya citado, p 45.
[37] p 46.
[38] Íb.
[39] Cap. VII.
[40] p 877.
[41] p 825.
[42] p 912.
[43] Ib.
[44] Mijail Bajtín, Teoría y estética de la novela, Taurus, Madrid, 1991, p. 299.
[45] p 686.
[46] p 468.
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